jueves, 17 de febrero de 2011

Danuel Meurois, Crónica de Febrero de 2011


Febrero 2011

Fervores

Muy a menudo doy la vuelta al mundo en mi cabeza y observo…
El Islam sorprende e interroga exultante al solo nombre del Profeta; el Budismo suscita la admiración y el respeto por su evidente sabiduría; el Hinduismo fascina por su misticismo y por la devoción de sus fieles, y en fin, el Judaísmo por la tenacidad de sus antiguas raíces… En lo que respecta al Cristianismo, con todas las tendencias confundidas, no sabemos bien dónde está cuando observamos de forma objetiva el estado de nuestro Occidente.
Probad a experimentar… Intentad hablar de Cristo de manera espontánea entorno a vosotros… ¿Cuántas miradas socarronas os lanzarían? ¡Sería mejor no contarlas! Por supuesto, salvo alguna excepción, la que confirma toda regla.
Experimentad también hablar de la existencia del alma a vuestros compañeros de trabajo, o en vuestro entorno en general. Os haría falta valor… Es probable que os miraran desde la esquina preguntándose a qué secta puedes pertenecer.
Haced ahora esta pregunta a un musulmán, a un budista, a un hindú o a un judío. También obtendréis una sonrisa… pero no la misma. Aunque unos y otros tengan un acercamiento diferente a la pregunta, encontrarán bastante «anormal» que tengáis dudas.
El abismo es  importante. Así estamos hoy día. Salvo excepciones, insisto.
En Occidente, el «bobo», como se dice en mi tierra, es el que cree todavía en el «niño Jesús».
A no creer en un Principio superior lo llamamos progreso. Dejar de pensar que pueda haber algo sagrado, lo que sea, parece un signo de madurez, de independencia, de libertad. Ser adulto es ser realista, se dice. Los medios de comunicación nos lo repiten incansablemente por si lo olvidáramos. Sin embargo, miremos las cosas algo más de cerca y seamos justamente… ¡realistas!
¿Es tan coherente y sólida esta sociedad occidental a la que estamos tan orgullosos de pertenecer?
El consumo de antidepresivos, de neurolépticos y somníferos crece de manera vertiginosa y rápida mientras que psicólogos, psicoanalistas y psiquiatras no dan a basto… Es una prueba de que la madurez de nuestro Occidente ha llegado a un bello equilibrio.
Así que, ¿será que el fervor -el que constatamos en otras culturas- nos falta de manera cruel? No, ese fervor está aquí. El quid de la cuestión es que se ha desplazado.
¿Qué es lo que motiva y transporta las multitudes en nuestra sociedad?
Los partidos de fútbol, los de hockey, los cantantes de rock y las estrellas de Hollywood. Toda la fe de Occidente se ha remitido a ellos a tal punto que el propio vocabulario religioso se ha reconvertido para alcanzarles.
Se trata de «ídolos» de la canción, del cine o del deporte. Buscamos leer sus «confesiones» acerca de escándalos en los periódicos, les glorificamos, les ensalzamos, hacemos de ellos iconos… ¡Incluso hay “dioses del estadio” mientras que hablamos de “películas de culto” y de “templo de la fama”!
A priori, todo esto debería volvernos felices…
Pues bien, no… ¿Por qué? Porque un falso relleno no puede llenar un verdadero vacío. Porque no podemos contar con una ilusión para dar un sentido digno de ese nombre a nuestra vida. Para mantenerse derecho, el ser humano necesita realmente valores profundos y esperanza. No fuegos artificiales ni humo.
No creáis que denigro lo que nos reúne alegremente en las salas de espectáculo y en los estadios. Muchos talentos y muchas hazañas merecen nuestra admiración. El placer y el júbilo forman parte de esos motores de base que nos mantienen con salud. Las artes y los deportes tienen un papel que jugar, un lugar que sería estúpido poner en duda.
Lo que quiero decir es que nos inventamos una enorme burbuja de jabón si buscamos hacer que ocupen un lugar y una función que no son los suyos. Divinizándolos, nos equivocamos de camino, desecamos nuestro interior teniendo la impresión de «pasárnoslo de miedo»
De hecho, los occidentales que somos admiten siempre tener la misma necesidad imperiosa de encontrarse frente a “algo” que les sobrepase, una presencia a la que venerar que les dilate el corazón, un fervor que expresar y, a partir de ahí, a veces… una comunidad en la que puedan identificarse. Todas las religiones tienen sus fanáticos; las estrellas del deporte y del show-business tienen sus “fans”. El principio es el mismo.
El drama está ahí… Digo drama porque de manera manifiesta nuestro Occidente mimado y “liberado” no es feliz con la nueva religión a la que se ha convertido sin siquiera darse cuenta. No es feliz porque el objeto global de su fe se resume demasiado a menudo en una fachada hecha de músculos, de colágeno, de proyectores y hábiles montajes técnicos y mediáticos.
El alma que negamos necesita otra cosa diferente de virtualidad, aunque esté llena de talento. Reclama un Horizonte verdadero, una Certeza que no envejezca con las modas, una fuente de Esperanza que le propone una columna vertebral.
No se necesita ningún dogma para ello. No se necesita un credo que recitar ciegamente ni sacerdotes a los que delegar el poder sobre uno mismo. Lo Sagrado de la Vida, la realidad del alma y de su sol interior no son propiedad de ninguna religión.
Tomarse la molestia de reencontrar y de reconocer el lugar de lo Sagrado en uno mismo es la única puerta de salida que se ofrece a nosotros si no queremos hundirnos en menos de una generación del lado de los robots y de los insectos… para finalmente volvernos esclavos descerebrados de un orden del mundo muy poco luminoso.
El día en que en nuestra cultura un hombre que hable libremente de paz y de amor pueda atraer en un estadio una multitud tan numerosa como lo hace un Mundial o una estrella de rock… podremos decir que nuestro mundo habrá hecho un magnífico viraje. Un fervor verdadero, bien situado, hace vivir.
Sin querer faltar al respeto… si yo fuera Maitreya, para mi próxima venida pensaría posiblemente hacerme cantante. Eso facilitaría y adelantaría las cosas…

Daniel Meurois

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