Permitidme contaros una sorprendente historia llena de
significado. Me ocurrió hace exactamente dos semanas.
Mi mujer y yo vivíamos las últimas horas de un viaje a
Egipto a lo largo del cual nos habíamos encargado de guiar espiritualmente a un
grupo de personas.
Esa tarde, remontábamos tranquilamente el curso del Nilo
en dirección a Luxor. La visita al templo de Denderah había sido uno de los
puntos principales del día. En aquel lugar, había hablado especialmente de la
diosa Hathor, una de las expresiones de Isis, la Iniciadora, la Madre divina de la antigua
tradición de los faraones. En efecto, Hathor estaba profusamente representada
bajo los rasgos de una mujer con las orejas de vaca. Para los egipcios,
expresaba entre otras cosas la belleza, el amor y la maternidad. A veces
incluso, se confundía con la bóveda celeste estrellada… Diosa de los
nacimientos, cuidaba de los partos, tanto físicos como espirituales.
Durante nuestra visita, había insistido mucho en este
hecho, así como en el lugar esencial que ocupaba la energía femenina en la
tradición iniciática del Egipto antiguo… y del mismo modo en la enseñanza
original del Cristo. El paralelismo era evidente, ponía en evidencia los mismos
arquetipos, la misma comprensión global del Divino.